Cirilo, el alemán

Cirilo, el alemán

Cirilo, el alemán

Por Miguel Terry Valdespino

¿Qué se han creído estos negros?, dice amargado hasta los tuétanos un vecino de Bauta que ve cómo en las manos negras de su vecino aterrizan las beldades blancas más codiciadas de toda la comarca. ¡Pobre tipo!, dicen las mujeres que lo escuchan hablar, esa envidia viene porque a él, blanco y todo como es, no se le pegan ni las cucarachas.

A mi amigo Cirilo Sevillano, un negro de más de seis pies, “amigo de sus amigos y generoso de amores”, como diría Neruda, puede sucederle otro tanto. Sabe elegantemente acorralar a la presa y darles el golpe letal con una rosa o una frase galante que desde hace siglos no escuchan. Si el vecino de Bauta, o de otros lugares que no se llaman así, conocieran la suerte de Cirilo cada vez que dispara al corazón de una hembra, entonces sus ladridos fueran de historia.

Pero el amor grande de Cirilo, el irrepetible, es una alemana llamada Lydia Schotz, una mujer con un talento inmenso, ahora trabajando en Bolivia en pro de gente humilde, capaz de hablar tan bien el castellano que puede corregirlo perfectamente a cualquier hispanohablante que lo hable con errores, y nunca anda de hotel en hotel, sino de casa en casa, bebiendo con un regusto nada sospechoso nuestro café mezclado con chícharos y etcétera, y degustando cualquier comida cubana que le planten delante, lleve chícharos, croquetas o soya en abundancia.

Cirilo, cubano total y de a pie, hombre que, pese a las reiteradas invitaciones, jamás ha querido poner un pie en Alemania, es ahora chofer de ambulancias y también fue futbolista, y las huellas de este deporte, si bien quedaron grabadas en su corazón, también quedaron grabadas en sus rodillas como una marca indeleble y dolorosa. Camina ahora con las piernas un tanto torcidas y ni todos los ortopédicos del mundo podrían sacarlo de este estado, del cual Cirilo parece burlarse mientras camina kilómetros y kilómetros cada día de su existencia.

Ahora disfruta del Mundial de Brasil y, como no puede asirse a las victorias de un imposible once cubano, decidió que su corazón estaría con Alemania. “Pero, negro, cómo es eso de que le vas a Alemania, los alemanes crearon los campos de concentración, y si quemaron a millones de judíos, a los negros también los hubieran achicharrado”, le dice alguien que apostaba por España, sin saber que los campos de concentración los inventaron en Cuba a finales del siglo XIX….los propios españoles.” Si tú le fueras a Brasil, sería más lógico” , le dice otro que desconoce las mieles de Brasil con los horrores de la esclavitud hasta el mismísimo 1888.

Yo, que apenas conozco de fútbol, pero no armo preferencias y rencores a partir de pretextos “históricos” que no vienen a caso, prefiero recordar el amable corazón de Lydia, un corazón que va tocando de puerta en puerta en Caimito, para tomar un café cubano (del peor, aunque ella jura lo contrario) con los viejos amigos y conversar largo y tendido, sin apuros, con todos ellos, poniendo siempre por delante un sol de sinceridad que ya resulta difícil hallar en este planeta. Es algo muy fuerte que anida dentro de ella y también de Cirilo, hombre con la casa abierta de par en par para quien necesite pasar la noche, tomarse un baño, comer un bocado, beber un refresco o un vaso de agua fría…a cambio de nada.

Solo por estas razones, por estas razones que encabeza Lydia, la justa mitad de Cirilo, vale la pena que el moreno grite, como ya lo hace, ¡Alemania campeón del mundo!… ¡Ah! Una pequeña aclaración: Si alguna alemana grita en un Clásico de Béisbol, ¡Cuba campeón mundial, ya ustedes saben quién es.